jueves, marzo 28, 2024

Crítica de Dolor y Dinero (Pain & Gain)

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Panini

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Reconozco de Michael Bay su valía para ofrecer un producto atractivo en apariencia. Es un buen comercial que sabe vender el mismo producto repetidas veces y que la gente lo digiera con fervor sin valorar la calidad del mismo (las recaudaciones crecientes de la saga ‘Transformer’ me dan la razón). Pero que una vez pasada la resaca de los caros FX, de los mensajes patrióticos metidos con calzador y de la saturación de parafernalia militar, sus films no dejan nada en nuestro interior. La experiencia me ha demostrado que esa falta de trascendencia en sus trabajos no es causada por la clase de géneros en los que suele moverse el director californiano, pues hay múltiples ejemplos de realizadores que logran sacar oro puro de propuestas puramente comerciales (sirva como ejemplo la reciente ‘Pacific Rim’ de Guillermo del Toro) y en mi humilde opinión el fracaso de Bay como artista (fracaso solo para algunos) se debe a su particular forma de hacer y entender el cine.

La forma de trabajar del director de ‘Pearl Harbor’, en la que primero piensa en imágenes impactantes y luego busca el lugar en la historia para ellas, evidencia su deseo de dar prioridad a recursos efectistas por delante de desarrollos inteligentes y equilibrados que otorguen consistencia a sus films. Apoyándose en cuidados apartados técnicos y renunciando a cualquier atisbo de arte y calidad, Bay ha ido labrándose su lugar en la industria. Pero por muy buena posición comercial que haya alcanzado, sus películas siguen digiriéndose tan rápido como se olvidan. ¿Ocurrirá lo mismo con el film sobre el que escribiré hoy?

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Con varios meses de retraso respecto a su estreno en Estados Unidos llega a nuestras pantallas ‘Dolor y Dinero’ (‘Pain & Gain’) la última película del polémico director y protagonizada por Mark Wahlberg (‘Inflitrados’,’Ted’), Dwayne Johnson (‘G.I Joe: La Venganza’) y Anthony Mackie (al que veremos como El Halcón en la secuela del Capitán América).

El film, basado en hechos reales, nos narra la sucesión de crímenes (tan disparatados como sangrientos) que llevaron a cabo en los noventa dos monitores de culturismo de la ciudad de Miami, asociados con un exconvicto, en su búsqueda para alcanzar la retorcida visión que tenían del sueño americano. Un argumento que al tratar sobre una historia humana de avaricia, envidia y crueldad no parece el mejor caldo de cultivo para que Michael Bay pueda ofrecer la clase de cine espectáculo con aires de videoclip al que nos tiene acostumbrados. Lo que me llevó a pensar, cuando tuve conocimiento de la gestación de este proyecto, que ‘Dolor y Dinero’ podría ser el largometraje que presentara ante mis ojos a ese Bay cuyo talento parece muy notable para algunos y al que defienden a capa y espada su multitud de seguidores.

‘Dolor y Dinero’ adolece de los típicos excesos que pueblan la filmografía de Bay. Pero al contar con un escueto presupuesto (26 millones de dólares) el director no puede recurrir a los despliegues técnicos que siempre han camuflado su nula capacidad para desarrollar un interesante ritmo narrativo. Los personajes que pueblan la trama (en especial los tres caracteres protagonistas) podrían haber resultado un caramelo para la audiencia debido a su indudable potencial y habrían salvado la película si el director hubiera mostrado tanto interés en esforzarse en profundizar de una manera satisfactoria en el alma de los protagonistas como en utilizar sus virtudes para ofrecernos sus siempre presentes e innecesarios travellings circulares de 360 grados y sus planos contrapicados aderezados con injustificados slow motions.

Uno de los pocos personajes bien definidos en la historia es el de Daniel Lugo (el papel de Mark Wahlberg), un practicante del culto al cuerpo con delirios de grandeza, convencido de su superioridad física e intelectual (pese a ser un zoquete rematado), manipulador instigador del crimen que da pie a la historia y que logra empatizar durante unos momentos con el espectador antes de convertirse en un personaje insufrible y odioso. Respecto a las motivaciones de las otras dos partes de este patán triángulo criminal (los roles de Dwayne Johnson y Anthony Mackie) no quedan lo suficientemente claras y están explicadas de una manera muy poco convincente.

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La película nos ofrece, entre situaciones burdas y desagradables, varios oasis que hacen algo más llevadera la función; la interpretación de Victor Kershaw, la primera víctima de la avaricia de estos musculados chicos de gimnasio y casi verdadero protagonista de la historia, llevada a cabo por Tony Shalhoub (el Monk de la serie televisiva del mismo nombre) es sencillamente genial, llegando a convencernos completamente de que su personaje es merecedor de las torturas a las que es sometido. Es justo comentar, en relación a esto, que la película es inteligente en su planteamiento y nos lleva a hacer creer, en la primera parte del metraje, que los descerebrados protagonistas son los héroes de la trama y de que tan solo buscan alcanzar lo que el destino les niega.

Es un inicio inteligente y que apoyado en la labor de los actores nos hace plantearnos la posibilidad, durante aproximadamente media hora, de que podíamos estar ante un buen largometraje. lástima que pasados esos primeros treinta minutos Mr. Bay decida hacer de Mr. Baycomience a hacer desfilar su sucesión de artificios cinematográficos con alguna explosión incluida. También son destacables la sorprendente -y muy divertida por momentos- labor de Dwayne Johnson como el expresidario Paul Doyle y la siempre agradecida presencia de Ed Harris en un típico papel que resuelve gracias al talento que posee y a la maestría que da la experiencia en su profesión.

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La banda sonora del film nos ofrece una interesante partitura electrónica del habitual compositor en las cintas de Bay, Steve Jablonsky (‘La Isla’, ‘Transformers’) a la que acompañan conocidos temas musicales de los noventa. Por parte del director de fotografía, Ben Serensin, que ya trabajó con el director en la tercera parte de ‘Transformers’, se realiza un vistoso trabajo con una cálida paleta de tonos en la línea del resto de las películas de Michael Bay. Sin duda la fotografía dedicada a sus obras es uno de los puntos rescatables de la carrera del artífice de ‘Dos Policías Rebeldes’.

Puedo decir, sin temor a equivocarme, que gracias a su estimulante comienzo estamos ante la mejor película del director. Aunque eso no sea decir mucho. Y puedo aventurar también, visto el sólido inicio del film, que Michael Bay podrá llegar a ser un buen director si renuncia a todo lo que le ha hecho famoso: a su falta de naturalidad y al excesivo patriotismo que destila su trabajo y que es patente hasta en un film que narra unos hechos tan alejados de lo que debería representar Norteamérica como este.

Escrito por Adolfo Saro

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