Crecer, sueños e identidad; las piezas que Moana trae a la mesa en esta travesía, cuando las expectativas sociales chocan con nuestros ideales
Si alguna vez te has dedicado a un arte, seguramente has oído la palabra “madurez”. Seguramente te has visto cercado, o por la esperanza de tus mayores para tu retiro, o por que abordes una temática “acorde a tu edad”. Esta problemática es más común, incluso en estos días, y aunque no sea el foco de la próxima película, es lo que su protagonista aborda, y de la forma más visceral.
Si se toma a valor de cara lo que el mar es para Moana, este se ve como cualquier sueño; un prohibido, específicamente, pero un sueño a fin de cuentas. Este incluye la extensa travesía que el soñador debe realizar para alcanzar su objetivo, así como el hecho de que no todo será sencillo (y que no tiene por qué serlo). También, el cómo esta aventura reformula la identidad de su incursor, vinculándola con esos aspectos que la completan como persona.
El viaje de Moana retrata a la perfección esta cruzada más “clásica” de un héroe, aquella que cualquiera podría experimentar, aunque no se trate de entregar el corazón de una diosa corrompida. A fin de cuentas, todos nos hemos contemplado por la orilla del agua alguna vez.
La figura del Mito en la narrativa de Moana
Existe una dicotomía entre el Mito y la mal llamada “realidad”, abordada en el prólogo de esta historia por parte de la “mujer loca de la isla”. De este segmento se aprecia el devalúo de dicha tradición oral ante el funcionalismo extremo de su comunidad. También se observa el choque entre las expectativas de la misma contra los intereses personales de sus habitantes; cuenta la seguridad que este sistema otorga ante el mundo caótico pasando el arrecife (muy propio del Leviatán de Hobbes).
La persona que más siente estas cadenas es su protagonista, quien crece fascinada por las maravillas narradas sobre ese océano. Su problema es la pesada responsabilidad que implica ser la hija del jefe y futura líder de su pueblo, tarea que consume su tiempo, que se refleja en cómo, hasta comparte menos con su abuela.
El argumento del padre para que Moana se desligue de sus intereses es que lo que realmente importa (su tribu) está con ella, y no en el océano. Curiosamente, es lo que suelen decirle a los jovencitos cuando tienen una afición poco convencional y los padres necesitan justificar que las dejen en segundo plano; pero lo irónico de este predicamento es cómo, en el momento preciso, tales aficiones reciben una oportunidad para demostrar lo que valen, siendo estas mismas prioridades la causa para “salir del armario”.
Lo criticable de esta premisa está en el complejo mesiánico que impregna en su protagonista, elemento que comparte con muchos otros héroes de la ficción. Y es que la idea del “Elegido” que suele caracterizar al relato mítico ha tenido tantas reproducciones a lo largo de la cultura que termina siendo disonante para un espectador cada vez más escéptico del tropo. Por fortuna, esto es algo que Clements y Musker logran aterrizar, con Maui acusando a Moana de tomarse muy en serio que el océano la viera como “especial”.
El corazón en la roca
El siguiente asunto aborda la disyuntiva entre el idealismo, o Pensamiento Mágico, y el nihilismo frente al sinsentido de la vida; frases como “la vida no es un anime” o “las cosas no van a estar mejor cantando una simple cancioncita” en contra de quienes aún piensan en lograr todo con su voluntad. Moana y Maui juegan con esta dualidad, llegando al clímax en el momento que Moana piensa más en su misión que en la seguridad de su compañero.
Algo similar es expuesto antes de dejar Motu Nui, con Moana desafiando a su padre para llevar a una flota fuera del arrecife, colando sus intereses bajo las necesidades de su gente. Situaciones como esta indican cierto egoísmo en su protagonista, contrastando con la presunta hidalguía que insinúa respecto a su sueño. Es similar a otros héroes, como Ben 10, a quien cuestionan sobre si es héroe por altruismo, o por su propia conveniencia.
Lo provechoso de estos cuestionamientos es que permiten al protagonista explorar su verdadera identidad, descubriendo que son más que solo anhelos y conflictos. El Corazón de Te Fiti simboliza a la perfección este concepto, con Te Ka cubriendo el hueco en su pecho tras una capa de magma, solo para alcanzar su plenitud una vez que se libera de sus complejos.
El corazón de la diosa también representa la versión más pura del deseo, así como la ilusión tras esos mundos maravillosos más allá del mar; una forma, incluso, más positiva de lo que fue narrar al Anillo Único por parte de Tolkien. Pero aquella roca también representa el puente generacional entre su protagonista y sus ancestros; su travesía se vuelve un redescubrimiento de tradiciones que dieron identidad a su pueblo, y la caracola que Moana deja en la isla encapsula sin más el rumbo que los suyos tomarán, ya no entre piedras, sino entre las olas, como siempre debió ser.
En resumen, Moana es una historia sobre el crecimiento como liberación, así como la búsqueda de la identidad más allá de lo establecido, espacio en que florece el rasgo más ávido de un pueblo por aquello que lo hace especial. Sí, es idealista, pero no deja de ser el vivo reflejo de todo aquel que se busca a sí mismo, ahí, en el punto en que están cielo y mar.