Reseña de Los Ríos del Pasado

Stephen Desberg y Yannick Corboz nos traen Los Ríos del Pasado, una historia de aventuras entre dos mundos publicada por Norma Editorial en la que una joven ladrona y una misteriosa arqueóloga deben unirse para evitar la fatalidad

El catálogo de Norma Editorial en lo que a cómic europeo se refiere nos trae alegrías mes tras mes, con títulos que bien vienen ya precedidos de una fama que los legitiman frente al público o bien suponen en un buen número de ocasiones una agradable sorpresa. Los ríos del pasado es un título que se encuentra a medio camino entre estas dos vertientes, ya que no ha hecho suficiente ruido como para ser un título perfectamente reconocible pero convencerá a aquellos que se acerquen a él sin saber qué se van a encontrar.

Entre dos mundos

Nada más abrir este tomo el lector se va a sentir bastante descolocado. En un cuadro de texto presente en la primera viñeta se nos habla de que en el mundo en el que se desarrolla la acción Lyon fue saqueada en el año 2016, situación que forma parte de una invasión en la que toda Francia se ve sumida. Y todo ello con una estética nada propia del siglo XXI, sino más bien de varios siglos atrás.

Aquí se nos presenta a Lord Worn, que se presenta como un Señor del Miedo (lo cual lo identifica automáticamente como el villano de la historia), un tipo cuyo rostro queda oculto tras una máscara veneciana y al que vemos plantar cara sin pestañear a criaturas monstruosas que parecen haber salido de entre las tropas de Thanos. Sin embargo, no tardamos en descubrir que dichas criaturas no son sus enemigos, sino que Worn se prepara para hacer un trato y entregarles París…

Este prólogo sirve para dar contexto al tipo de historia que tenemos aquí, sobre todo cuando lo siguiente que nos encontramos sea una escena ambientada en un París actual con todas las comodidades de nuestros días. Pronto se nos presentará la conexión entre estos dos mundos (el París actual y su versión alternativa medieval asediada por monstruos conocidos como Shayks) y los peligros que nuestras dos principales protagonistas van a tener que enfrentar…

Linn la ladrona y Lamia la arqueóloga

Linn es una atractiva joven pelirroja que se gana la vida apropiándose de lo ajeno de la forma menos invasiva y dañina posible, lo que viene siendo una ladrona de guante blanco con las aptitudes de una gimnasta rusa. Esta versión francesa de Catwoman es en cierta forma reclutada por un villanesco personaje llamado Benyamin Argonovitch, un coleccionista si escrúpulos, para embarcarse en un viaje a través de la realidad que va a cambiar su vida. Y todo tendrá que ver con la búsqueda del medallón egipcio del dios Atón…

La otra pata sobre la que se sostiene esta historia es Lamia, una exuberante arqueóloga con gusto por los vestidos estúpidamente provocativos que funciona de alguna forma como puente entre las dos realidades en las que nos vamos a mover, aunque no habría que dejar de lado también al Caballero Cerf, que parece ser la mayor oposición que los Shayks se encuentran para lograr su objetivo.

La trama llevará a nuestras protagonistas desde París hasta Egipto pasando por Venecia y mutará desde la fantasía de aventuras al thriller de misterio e incluso al terror, siempre con el tema de la religión como motor de todo. Pero lo importante es que todo esto lo hacen sus autores con un ritmo tremendamente dinámico, logrando que el lector se enganche de principio a fin y se vea atrapado por una narrativa brutalmente efectiva y unos personajes con las suficientes aristas como para resultar interesantes a pesar de la relativamente breve extensión de la historia.

Un nuevo reto para Stephen Desberg y Yannick Corboz

Esta historia supone un cambio notable en la trayectoria del guionista Stephen Desberg, al que habíamos visto junto a Enrico Marini en obras como La estrella del desierto o El Escorpión. Nos encontramos aquí con algo más concreto de lo que encontrábamos en trabajos anteriores y con un tono más fantasioso de lo habitual, y el resultado es probablemente el trabajo más interesante de su carrera.

En el apartado gráfico nos deleitamos con el elegante arte de Yannick Corboz, un tipo que logra con su trazo suelto que sus figuras bailen, que la acción sea increíblemente dinámica y que sus escenarios, que a veces se conforma con abocetar, tengan vida propia. La elección de colores es más atmosférica que funcional, pero sirve perfectamente para situar al lector en cada uno de los dos mundos en los que transcurre la acción.