En su penúltimo episodio, “Daredevil: Born Again” nos ofrece un trabajo visual espectacular que evidencia el retorno de los directores Benson y Moorhead tras su notable ausencia.
Daredevil: Born Again #8. Episodio pendular entre el caos narrativo y la maestría visual
La estética cuidadosamente trabajada (donde humos, contraluces y desenfoques quemados se combinan con un audaz cambio de ratio al final) demuestra una sensibilidad artística y experimental que recuerda al brillante primer capítulo, contrastando visiblemente con el tratamiento visual de los episodios intermedios.
El Rey renace: Wilson Fisk en todo su esplendor
Si existe un claro vencedor en esta entrega, es sin duda Wilson Fisk. El Kingpin se consolida como una presencia terrorífica que domina cada escena en la que aparece. Sus momentos de manipulación (como cuando convence al Espadachín para invertir en Red Hook) resultan magistrales, y las expresiones de terror de quienes abandonan su despacho lo dicen todo sin necesidad de palabras.
Fisk ha completado su metamorfosis: reconciliado con Vanessa, afianzado en el poder y abandonando definitivamente cualquier pretensión de servicio público al sentarse tras el escritorio que una vez ocupó el legendario alcalde Fiorello La Guardia. Con la eliminación del gánster Luca, sus operaciones criminales encuentran perfecta sincronía con su agenda política.
Pero quizás el momento más perturbador es su peculiar “regalo” para recuperar a Vanessa: revelarle que no asesinó a Adam, su amante, sino que lo mantiene cautivo y torturado. “Si no puedo estar contigo, Vanessa… no puedo estar“, le confiesa, dejando en sus manos el destino del prisionero. Una declaración de amor tan retorcida como efectiva.
Matt Murdock: El descenso a los infiernos
Mientras los Fisk se reconcilian, asistimos al desmoronamiento de la vida de Matt Murdock. Su relación con Heather parece condenada tras el trauma que ella sufre por lo ocurrido con Muse. La terapeuta procesa pragmáticamente su experiencia cercana a la muerte (“Me salvé yo“, responde cuando le mencionan a Daredevil), mientras Matt se ofende por la comparación entre él y un asesino en serie.
Cox demuestra una vez más su dominio absoluto del personaje, haciendo totalmente creíble el descarrilamiento emocional de Matt. La escena donde pierde el control y golpea brutalmente a Bullseye (permitiendo que escape por culpa de su ira) refleja perfectamente su espiral autodestructiva. El católico atormentado por su doble vida sufre un efecto de autocastigo que le impide disfrutar de cualquier aspecto positivo de su existencia.
El emotivo momento en el bar, recordando las preferencias de bebida del fallecido Foggy, genera inquietud ante la posibilidad de un truco narrativo para “resucitarlo” (al estilo del Agente Coulson o los Skrulls). Esperemos que la serie evite caer en ese tipo de recursos propios “del cómic malo”.
La gran fiesta: Sinfonía de tensiones
La secuencia culminante en la gala es puro virtuosismo narrativo, orquestando múltiples líneas de tensión en un mismo espacio:
- Kingpin exhibe su poder sobre la élite de Nueva York mediante chantajes apenas disimulados.
- Matt, abandonado a su suerte y alimentado por el distanciamiento de Heather, está al borde del precipicio.
- El enfrentamiento verbal entre Murdock y Fisk durante el baile escalando a una confrontación directa.
- El audaz cambio de parejas que permite a Matt acusar directamente a Vanessa.
- La transformación de Vanessa de reina consorte a depredadora, amenazando con revelar la identidad secreta de Matt.
- Daniel Blake, cuyo fanatismo por Fisk (“Me quemaré por usted”) anticipa un final trágico.
- La policía corrupta de Fisk actuando con impunidad, como demuestra el oficial Powell al agredir a un periodista.
- El comisario Gallo, horrorizado al comprobar que ha perdido el control de su departamento.
- El que podría ser el nacimiento de la Resistencia contra el alcalde: cuando BB y Gallo se reconocen mutuamente como aliados contra Fisk. Al principio, se ponen a prueba mutuamente: “¿Cuándo te convertiste en ministro de propaganda de Fisk?”, “Supongo que más o menos cuando te convertiste en jefe de sus SS“. Luego viene la confianza, y le pregunta a la joven reportera si conocía al alcalde como principal sospechoso de la muerte de su tío en la primera temporada de Daredevil . “Sí. ¿Por qué crees que estoy aquí?“.
El paralelismo final resulta devastadoramente hermoso: Bullseye disparando a Matt, su herida reflejando la de Foggy, Heather inclinándose sobre él como Karen hizo una vez. Y ese plano invertido final, bañado en rojo, con Matt mirando hacia un simbólico infierno mientras nos preguntamos: ¿Por qué recibió una bala destinada a Kingpin? La respuesta parece clara: porque Matt Murdock ha decidido sufrir más que nadie, incluso más que su némesis.
Virtudes y defectos de una temporada irregular
Este episodio evidencia los problemas estructurales de la temporada. A un capítulo del final, seguimos sin saber quién mató a White Tiger, y la conexión directa entre este episodio y el primero parece ignorar gran parte de lo ocurrido en los capítulos intermedios.
La diferencia estilística entre los episodios dirigidos por Benson y Moorhead (el primero y los dos últimos) y el resto resulta demasiado notoria: planos secuencia, efectos sonoros, tratamiento del color y atmósfera frente a un estilo más convencional. Incluso elementos narrativos como los reportajes de BB Urich desaparecieron sin explicación.
Sin embargo, este penúltimo episodio logra ordenar parcialmente el caos anterior, haciendo converger las subtramas en una oleada de tensión que promete intensificarse en el final. “Born Again” ha elevado considerablemente las apuestas, pero Matt lo tiene casi imposible: herido de bala y enfrentando al escuadrón anti-justicieros de Fisk, Daredevil parece necesitar un milagro… ¿la aparición sorpresa de Frank Castle?
A pesar de sus inconsistencias narrativas, este episodio de Daredevil: Born Again recupera la intensidad, la estética cuidada y la profundidad psicológica que caracterizaron al Daredevil original de Netflix, elevando la serie justo cuando parecía perder el rumbo.
