jueves, abril 25, 2024

Masters del Universo (1987) Juguetes en la pantalla

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Panini

cartel de Masters del Universo

Prometo muchas cosas y cumplo pocas. Prometí salir a correr cinco días por semana, prometí no comprar pelis en Blu-ray que ya tenga en formato DVD, prometí no discutir con mis suegros de política y prometí al santo de mi redactor jefe entregarle periódicamente reseñas y artículos sobre aquellas películas de ‘cinecaspa’ de dudosa calidad artística y técnica que llenaron las salas de cine y las estanterías del videoclub del barrio durante las décadas de los ochenta y noventa. Y hoy, como tantas otras veces, no voy a cumplir mi palabra. Porque después de volver a visionar ‘Masters del Universo’ recientemente y en Blu-ray (¡ouch!, ¡ya la tenía en DVD!) me niego a calificar como cutre o casposa esta obra nostálgica de culto pese a la gran decepción que me causó la película a mis tiernos nueve años.

Si procediera a reseñar el film desde mi experiencia cinéfila, con los ojos de un treintañero desencantado con el cine de aventuras actual y con la mirada cargada de nostalgia de quien añora aquellas divertidas películas que disfrutábamos siendo niños, sin duda calificaría los ‘Masters del Universo’ de Dolph Lundgren como un buen y recomendable entretenimiento de una factura técnica más que decente para tratarse de uno de los tantos films de bajo presupuesto con los que Cannon Films (e Izaro Films, su distribuidora hispana) nos bombardeó (y amenizó, por qué no  decirlo) aquellos días de inocencia con Nocilla. Pero para el fantasioso e imaginativo niño que yo era en las navidades de 1987, ‘Masters del Universo’ supuso el primer desengaño sufrido en una sala de cine. Seguro que vosotros, siempre venerados lectores de La Casa de El, habéis abandonado alguna vez (o muchas veces, que está la cosa fatal) un cine echando pestes y descalificaciones varias sobre la película que han acabado de proyectar, maldiciendo el momento de la decisión que os ha llevado a elegir ese film y no otro de los ofertados en la cartelera y con la sensación de que nadie puede compensaros esas aburridas y ya perdidas horas en la oscuridad de la sala. ¿Recordáis cuándo fue la primera vez que vivisteis esa impotencia y desazón? ¿No? Yo sí. Fue con ‘Masters del Universo’.

Masters-del-universo

Trataré de poneros en antecedentes con unos datos que yo desconocía en aquellos momentos y que, gracias a la magia de internet, puedo ofreceros  para que comprendáis que ya en su día, y pese a ese agradable recuerdo que la película ha dejado en la mente de muchos, ‘Masters del Universo’  fue un despropósito de película desde su concepción:

‘Masters del Universo’ no tendría que haber existido. Y Superman IV tampoco. Intentaré explicarme; esas dos películas no contaban con financiación para ser rodadas. Cannon Films tenía los libretos de sendos films cogiendo polvo en el fondo del cajón más bajo del archivador más mohoso que pudiera haber en sus oficinas. A la primera de ellas se le había pasado el momento de ser rodada y estrenada; la línea de  juguetes de acción de Mattel en los que se basaba (que empezó a comercializarse en 1982) estaba viviendo su ‘canto de cisne’ en las jugueterías y aquellos niños que llenaron durante casi un lustro las líneas de sus cartas a Santa Claus con los nombres de los aliados de He-Man y de los secuaces de Skeletor empezaban a ser demasiado mayores para jugar con muñecos o los dejaban de lado para interesarse por las aventuras más reales y menos fantasiosas que les ofrecían los ‘G.I. Joe’ de Hasbro (o ‘Jijous’, como se les conocía en los patios de los colegios). En el segundo caso, el de la cuarta película de Chris Reeve como Superman, el motivo de la desgana de los directivos de Cannon por soltar billetes para financiar el cuarto vuelo del ‘gran S‘ en pantalla no era otro que los tibios resultados en taquilla que obtuvo ‘Superman III’ en los cines tan solo cuatro años antes. En Cannon debían pensar que si la entrega anterior del personaje no funcionó, aún contando con un holgado presupuesto y con la producción de una ‘major‘ como Warner, el público no acudiría a los cines a ver un Superman de vuelos ‘Low Cost’ debido al escaso crédito financiero que Cannon dedicaba a sus rodajes.

Y a los máximos directivos de Cannon, Menahem Golan y Yoran Globus, famosos por hacer mucho dinero gastando lo mínimo, se les apareció la virgen. Y vestida de Spiderman nada menos. Cannon logró un interesante presupuesto de 36 millones de dólares, procedentes de diferentes inversores, para llevar las aventuras de Peter Parker y su álter ego arácnido al cine. ¿Y qué hicieron los inteligentes gerifaltes de Cannon Films con esa pasta? ¿Comenzar a rodar ‘Spider-Man: The Movie’ con un buen director, actores taquilleros y unos caros FX? Pues lamentablemente no. A los brillantes directivos de esta extinta productora se les ocurrió crear una especie de estafa piramidal en plan ‘Fórum Filatélico’: partiendo de esos 36 millones de dolares destinados a financiar los balanceos de Spidey por Manhattan y conscientes de que se habían gastado sus buenos dólares en los derechos y guiones de ‘Masters del Universo’ y ‘Superman IV’ y temiendo que esas inversiones acabaran resultando pérdidas, usaron esos spider-millones para financiar sendos films (¿llevaba Bárcenas la contabilidad a esta gente?) y ya con los beneficios obtenidos de esos dos peliculones -debieron pensar- pues se pondrían con lo de Spiderman.

Spiderman de Cannon films

Tan solo hubo un problema: no hubo beneficios. Ni siquiera se recuperó lo invertido en los films. Dinero perdido, Spiderman en el limbo fílmico durante décadas, cines vacíos y apostaría que, vistos los mafiosos medios de financiación que se estilaban en Cannon, dedos rotos y zapatos de cemento para más de uno fueron los diferentes resultados derivados de llevar al cine esas dos películas.

Como os decía unos párrafos más arriba todos esos datos eran ajenos para mí durante la tarde del día 17 de Diciembre del año 1987. Con nueve añitos cumplidos llevaba tres de ellos coleccionado los ‘muñecos’ que servían como base inspiradora a la película que se estrenaba ese mismo día. Se trataba de una colección orientada hacia los niños, que mezclaba géneros como la fantasía épica y la ciencia-ficción y que estaba formada por un enorme número de personajes semidesnudos y musculosos, tan musculosos que no es de extrañar que muchos de los que hoy en día sobrepasan la treintena y pasaron tardes de infancia jugando con esos muñecos abarroten las carrozas el día del orgullo gay. Mis padres no necesitaban preguntarme que regalo pediría en mi cumpleaños o a los Reyes Magos, yo solo quería ‘Masters’ (o ‘Jimans’), y ellos tan solo debían apuntar en una libreta los peculiares nombres de los vehículos y los personajes que yo ya poseía para llevar un control y evitar que los Reyes Magos o ellos mismos cometieran el error de obsequiarme dos veces con el mismo juguete:

-¿Cómo dices que se llama ese?

Squeeze

-¿Escuece?

Squeeze!

-Apúntalo tú…

Juguetes de Masters del Universo

Tengo tan claros en mi mente los recuerdos de esa tarde que puedo hablaros de ellos como si se tratase del día de ayer. Yo estaba pletórico y feliz, con esa felicidad tan enorme que solo puede sentir un niño y que está a años luz de la alegría y felicidad veloz y furtiva que a veces sentimos los adultos antes de recordar el trabajo, los impuestos, la hipoteca, la crisis y la declaración de la renta. Semanas antes había recibido mi carné de socio del ‘Club Masters del Universo’, una organización de élite presidida por He-Man que contaba con una precisa y exhaustiva criba para poder ingresar en sus filas: tan solo si poseías (y donabas) las 875 pesetas que costaba la inscripción podrías portar en tu cartera la identificación que te acreditaba como un auténtico ‘Master del Universo’ y recibir trimestralmente un triste folleto publicitario de seis páginas con las nuevas figuras de la colección y varios pasatiempos de nulo nivel de dificultad incluso para los infantes a los que iban dirigidos. De vez en cuando recibías una misiva (rubricada por el mismísimo He-Man) que te animaba a convencer a tus amigos para que apoquinaran las 875 pelas y se unieran al club. Para mí, esas palabras de He-Man suponían el encargo de una misión de vital importancia para el mundo de Eternia (el planeta ficticio donde se desarrollaban las aventuras de los ‘Masters’) y las mañanas de los fines de semana las dedicaba a recorrer el barrio puerta a puerta buscando niños que compartieran mi afición por esos muñecos y dispusieran en la hucha de 875 pesetas para meterlas, metafóricamente, en el taparrabos del hombre más poderoso de Eternia. Eso me convirtió en alguien popular en el barrio; a las puertas de los vecinos llamaban ‘el de los muertos‘ (seguros fúnebres), ‘el del Círculo‘ (Círculo de Lectores) y ‘el crío plasta de los muñecos’ (un servidor).

Heman vs Blade

No es de extrañar que dada mi afición-obsesión por esos juguetes, y desde que fui consciente del estreno de la película gracias a un anuncio de prensa, atormentara a mi padre para que me llevara al cine con la práctica de ese milenario sortilegio infantil para lograr todo lo que se nos antojaba a los niños y que consistía en unir las sílabas ‘POR‘ y ‘FI‘ y repetirlas  infinidad de veces incrementando paulatinamente el tono hasta que nuestros progenitores, víctimas del hechizo, accedían a proporcionarnos nuestros deseos: ‘porfiporfiporfiporfiporfiporfiPORFIPORFIPORFIPORFI…!!!’ Como ya os comenté en mi reseña sobre el esperpento que fue la película del ‘Capitán America’ de 1990, mi padre poseía una cualidad en aquella época mediante la que valoraba acertadamente la calidad y fortuna en taquilla de una película con un simple y rápido vistazo al cartel del film y, pese a aceptar ir al cine el día del estreno, me mostró como tantas otras veces su sincera opinión utilizando un término muy habitual en él para referirse a determinadas producciones de bajo coste:

Cagarro, va a ser un cagarro. Esto no la va a ver ni el tato.

No estaba de acuerdo con mi padre, yo tenía un particular y efectivo baremo para medir la repercusión y éxito de un film en aquellos días y no era otro que comprobar si la película a estrenar tenía dedicada una colección de cromos Panini. Y esta la tenía. Un señor me había entregado el álbum junto con dos sobres a la salida del colegio hacia unos días.  Aprovecharé estas líneas para reivindicar esa profesión perdida y denostada, la de repartidor de álbums y cromos en la puerta de colegios, profesionales del riesgo que tenían que lidiar con avalanchas de chavales y con las inquisidoras miradas de madres desconfiadas y demasiado imaginativas que deducían que ese sonriente señor podía estar entregando drogas a los críos para convertirlos en adictos (no conozco mucho de ese tipo de comercio, pero no veo la rentabilidad de malgastar un caro producto para conseguir un cliente con cero poder adquisitivo). Si Panini había lanzado una colección de cromos de la película, esta sería un éxito total. Nunca mi lógica me había fallado en este aspecto.

Con mi carné del Club Masters del Universo en el bolsillo (le aseguré a mi padre que mostrándolo en la taquilla del cine no pagaríamos las 250 pesetas que costaría cada entrada) y de la mano de mi progenitor fui paseando esa fría tarde hasta los Cines Excalibur de mi Barrio, excitado y nervioso ante la idea de poder disfrutar en imagen real de las épicas y titánicas batallas que yo representaba con las figuras en la intimidad de mi habitación.  Al llegar a la puerta del cine, me puse de puntillas para alcanzar las taquillas y dejé caer mi flamante carné del club mientras miraba a mi padre con esa mirada tan masculina de “esta la pago yo”. La taquillera del cine, como era de esperar, no aceptó mi pertenencia al club como motivo más que suficiente para obtener localidades gratis, pero le ofreció a mi padre un descuento “para niños especiales” en mi entrada. Mi padre le explicó que yo estaba perfectamente, que me habían hecho pruebas (sí, como a Sheldon Cooper) y que tan solo era un niño imaginativo e insoportable a ratos.

Masters-del-Universo

Sentados ya en la sala, y después de los consabidos anuncios de ‘visite nuestro Bar’ y ‘Mesón- Marisquería Peláez’ comienza el espectáculo:

Se oye un fuerte viento, vemos un fondo en azul y sobre él se van sucediendo los nombres de los principales protagonistas. Reconozco uno de ellos: Dolph Lundgren, es el armario soviético con el que se parte la cara Stallone en Rocky IV. Sé que interpreta a He-Man por la portada del álbum de cromos al que antes hacía referencia. No imagino un He-Man mejor.

Aparece el castillo de Grayskull, piedra angular de la mitología de los Masters. Deduzco que es el castillo de Grayskull porque representa a una calavera, pero el diseño está tan alejado del de los juguetes que me hace dudar. La voz del narrador nos informa del papel del castillo en el universo y de los poderes que otorga a quien lo conquiste. La cosa pinta épica. Emoción y un buen trago de Mirinda. Aparece el rótulo del film en imagen, igualito al que figura en los envases de los muñecos. Comienzan los títulos de crédito. Algo me suena, me es muy familiar… la música, el estilo de los títulos… Como siempre es mi padre el primero en darse cuenta:

-Oye tú, que nos hemos equivocado de sala… que esto es Superman.

Efectivamente, incluso con nueve años yo ya sabía lo que era un plagio (para mí, en aquel entonces, se llamaba copia) y lo que en ese momento veíamos era una copia descarada tanto del main theme como de la presentación de los créditos vistos en ‘Superman’:

Aún con el sabor amargo que me dejó esa falta de originalidad (ya podrían haber utilizado la mítica música del opening de la serie animada) la escena siguiente logró que mi escaso vello corporal se erizara del mismo modo que lo hizo cuando me llevaron al parque de atracciones a conocer a Espinete: un Skeletor impactante y terrorífico camina por el salón del trono de Grayskull con una voz imponente y muy alejado de la versión payasa que de él ofrecían en los dibujos animados. Este Skeletor da miedito. Y mucho. Aparece Evil-Lyn (una especie de novia-secuaz de Skeletor) y la Hechicera (Guardiana de las fuerzas del bien y del castillo). Bien. Muy Bien. Mi padre se equivocaba. No es un cagarro. La cosa promete. Skeletor se comunica mediante un holoproyector con los habitantes de Eternia, les informa de la nueva situación: ha conseguido capturar a la Hechicera y conquistar Grayskull, sus fuerzas han vencido, aquellos que se opongan a su poder serán eliminados… vemos a una desafiante figura observar la proyección holográfica del malvado líder de la destrucción. ¡Es He-Man!

Aparecen también otros personajes sacados de los muñecos: observo a Man-at-Arms (mentor y amigo de nuestro héroe) y a su hija Teela. Los tres liberan de las garras de los soldados de Skeletor a una especie de Duquesa de Alba enana llamada Gwildor, un inventor que ha creado un aparato llamado la llave cósmica y cuya utilidad es la de abrir portales espacio-dimensionales. Skeletor le engañó para obtener la llave y acceder así fácilmente al interior del Castillo de Grayskull. He-man y sus tres amigos se dirigen al castillo para liberar a la Hechicera. Son sorprendidos por los soldados de Skeletor (que no son otra cosa que una copia barata de los Stormtroopers de Star Wars) y se ven obligados a utilizar la llave cósmica para huir de allí y llegar a un lugar seguro. Y aquí acaba lo bueno.

Masters del universo-Gwildor

Acabó lo bueno y se acabó el presupuesto. Yo soñaba con ver en pantalla las montañas, bosques y palacios de Eternia (de la que hasta el momento solo habían mostrado el interior del castillo y unos exteriores que podrían ser perfectamente del desierto de los Monegros), quería ver en imagen real a todos los aliados de He-Man y a los secuaces de Skeletor, quería duelos de espada al borde de un abismo, vehículos imposibles atravesando campos de batalla, quería ver al príncipe Adam metamorfosearse en He-Man y contemplar atónito como cabalgaba su enorme Tigre de Batalla bajo los dos soles del planeta. ¿Dónde estaba todo eso en el film? En lugar de eso contemplé atónito como el portal dimensional creado con la llave había transportado a nuestros héroes a… California.

El motivo de ese alarmante cambio de escenario es hoy ya conocido, no había parné suficiente para ser fieles a los parámetros fijados en la mitología de la línea de juguetes. El presupuesto daba para un correcto diseño de vestuario, una cara algo conocida para He-Man y varios FX muy aceptables que deberían alternarse con verdaderas chapuzas baratas del departamento de efectos visuales para poder completar el film. Así que el director Gary Goddard debió pasar apuros para poder ajustar el presupuesto y aceptó un guion que desarrollaba un 80% de la historia en nuestro planeta. Es más barato rodar en ‘Costillas Robbys’ (real al 100%) que crear un escenario que muestre los interiores del Castillo de la Serpiente, la morada del villano. El resultado, para los que conocíamos los personajes, su historia y su mundo, fue hilarante.

En California, He-Man y sus amigos emprenden la búsqueda de la Llave Cósmica, que han perdido, para poder regresar a Eternia. La llave en cuestión está en poder de una parejita formada por Monica Geller (la de ‘Friends’) antes de mudarse a Nueva York y un joven rockero que entiende tanto de música que confunde la llave cósmica con un sintetizador. Skeletor localiza la llave y manda a sus esbirros a nuestro planeta para que lo recuperen. Las luchas titánicas que yo esperaba ver en pantalla entre las fuerzas del bien y las del mal se muestran poco épicas y muy patéticas, y los desolados campos de batalla fueron sustituidos por entornos tan apropiados como una tienda de instrumentos musicales o un almacén.

Masters del Universo

Observar a Man-At-Arms, veterano héroe de guerra al servicio del Rey Randor, comer costillas de restaurante detrás de un seto no fue tan traumático como contemplar atónito el evidente estado de baja forma de Dolph Lundgren en determinadas escenas. El rodaje se paralizó durante dos meses debido a los problemas económicos de la productora. Y el cambio físico del actor, posiblemente desganado de ponerse en forma al no saber si iba a cobrar o no, es muy visible en algunas tomas. Apreciemos como He-Man podría perfectamente pasar de ser llamado ‘El hombre más poderoso del universo‘ a convertirse en ‘El hombre con la curva de la felicidad más pronunciada del universo‘:

Masters-Del-Universo-1987

Todas las buenas sensaciones que me embriagaron durante los primeros minutos de metraje iban esfumándose con cada nuevo fotograma, con cada improbable escena y con cada ridículo personaje; como llevar a los habituales secuaces de Skeletor de los juguetes a la pantalla era imposible con el escueto presupuesto destinado a maquillaje, se optó por incluir en la trama los personajes más fáciles de caracterizar (Beastman y Evil-Lyn) y crear otros nuevos y más baratos. Ir al cine a ver una peli de los Masters y encontrarte con tan solo seis caracteres reconocibles de los juguetes  es decepcionante. Pero más decepcionante es ver en ella unos pobres sustitutos con maquillaje de carnaval y que pelean en el gimnasio de un instituto.

En el clímax de la película los héroes logran volver a Eternia, pese a la intervención de un poli pesado al estilo Colombo (de esos que no paran de repetir lo de ‘prepara café, va a ser una noche larga’) al que da vida el gran James Tolkan (el director de instituto de ‘Regreso al Futuro’), para liberar a la Hechicera y recuperar Grayskull. Y lo que visto hoy me resulta un entretenido final con una interesante batalla entre un Skeletor ultra-poderoso y un He-Man malherido, en su día me resultó una propina insuficiente por haber tenido que pasar una larga hora viendo la interminable sucesión de deslices chapuzeros que los responsables del film tuvieron que urdir para llevar las aventuras de los ‘Masters del Universo’ a la gran pantalla.

Lubic-Masters-del-Universo

No es habitual que una película te decepcionara en tu infancia y la disfrutes en un visionado actual. Suelen darse habitualmente los casos contrarios, pero es exactamente lo que me ha ocurrido al volver a ver ‘Masters del Universo’. Un film que tenía pretensiones pero no disponía de fondos y que gracias a los recursos de sus artífices pudo estrenarse para decepción de muchos niños amantes de los muñecos y para alegría de muchos padres forzados a acompañarlos al cine:

-Oye, pues no era tan cagarro. Ha estado entretenida.

Escrito por Adolfo Saro

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