Además, muchas veces, Tolkien llevó su amor por el “cachondeo” hasta unos límites insospechadamente extremos
Hace unos días, concretamente, el día 3 de enero, se cumplía el 130 aniversario de J. R. R. Tolkien, que como todos sabemos, fue el célebre escritor y académico británico, padre de El Hobbit y El Señor de los Anillos, así como de toda su extensa tradición y ambientación de la fascinante Tierra Media. Lo que pocos conocerán, sin embargo, era su faceta de “stand up comedian”, que gustaba de improvisar en cualquier lugar.
No resulta extravagante, pues, que fuera un gran fan de los hermanos Marx, de los cuales aprendió muchas de sus técnicas de performance. Por ejemplo, cuando Tolkien era un joven adulto y estudiante de Oxford, se granjeó su reputación de bromista desde el primer año: fundando un club llamado “Apolausticks” –aquellos que se dedican a la autocomplacencia–, con el que llegaron incluso a montarse en un autobús vacío y recoger a otros alumnos, a la vez que iban soltando discursos improvisados a la multitud que los observaba.
Más adelante, y siendo ya profesor en Oxford, le daba por caracterizarse como un guerrero anglosajón con su hacha y perseguir a compañeros de profesión, evidentemente, asombrados. También, en mitad de las clases, no eran pocas las veces que se sacaba un zapato verde de unos diez centímetros de su bolsillo, y lo enseñaba a sus embelesados alumnos, con objeto de confirmar la existencia de los leprechauns (o duendes).
Era tan fan de los disfraces que una vez, su amigo C. S. Lewis –os sonará por ser el autor de Las Crónicas de Narnia– y él, acudieron a una fiesta –que no era de disfraces–, vestidos de osos polares: utilizaron piel de oveja y se pintaron la cara de blanco; solo por mera diversión. Esta faceta tan divertida de Tolkien duró hasta su más entrada vejez: cada vez que daba cambio en una tienda, entregaba su dentadura postiza.
