Tom King introduce un enfoque maduro a su Pingüino, pero el uso del grawlix revela tensiones narrativas
A lo largo de la historia, los cómics han sido refugio de personajes icónicos, tramas vibrantes y una estética inigualable. Sin embargo, no todo es color de rosa en este mundo, y hay ciertos elementos que generan controversia entre los fanáticos. El reciente lanzamiento de El Pingüino por DC Comics nos da una muestra clara de cómo un recurso tan arraigado puede chocar con las expectativas actuales.
El nuevo rostro del Pingüino
El primer número del cómic, escrito por el talentoso Tom King y llevado al papel por artistas como Rafael De Latorre, Marcelo Maiolo y Clayton Cowles, nos presenta una versión reinventada de Oswald Cobblepot. Su nariz, recordada por su particular forma, ha sido remodelada mediante cirugía plástica, acercándolo a la visión cinematográfica interpretada por Colin Farell. El personaje se sumerge en un mundo donde la brutalidad y el mafioso estigma de sus crímenes prevalecen sobre sus característicos desvaríos cómicos. Sangre y oscuridad, así es como DC ha optado por explorar al Pingüino en un contexto más adulto y maduro.
El arte del grawlix en los cómics
Más allá de la renovada imagen de Cobblepot, un aspecto que ha captado la atención es el uso del grawlix, ese conjunto de símbolos (@#$%^&*) que reemplazan a las palabrotas en las viñetas. Esta técnica, lejos de ser una novedad, tiene sus raíces a principios del siglo XX. De hecho, se dice que empezó alrededor de 1902 con tiras cómicas como Lady Bountiful y The Katzenjammer Kids. Sorprendentemente, ya en 1877, Lightning Flashes and Electric Dashes empleaba este recurso para sustituir expresiones de desagrado.
La consolidación de este término llegó en 1964, de la mano de Mort Walker, creador de Beetle Bailey. Este conjunto de símbolos no representa una palabra en particular, pero encapsula el sentimiento subyacente de un exabrupto. Su composición es tan versátil como la imaginación del autor lo permita.
El primer número del villano destaca a la agente del gobierno Nuri Espinoza. Tras un duro incidente, solo podía pronunciar palabrotas y “Batman”. Posteriormente, se propuso abandonar el lenguaje obsceno como parte de su recuperación. Sin embargo, en un giro inesperado, la agente no puede contenerse y suelta un estruendoso “¡@$%#@$!”, reflejando la dualidad y la tensión que el uso del grawlix aporta a la trama, haciendo que Espinoza directamente no pueda ni decir una palabra con sentido, si no que directamente salgan símbolos de su boca.
A lo largo de los años, los cómics han utilizado este concepto para representar el lenguaje fuerte. Aunque ha sido tradicionalmente un recurso cómico, en el cómic se transforma en una herramienta narrativa, reflejando la profundidad emocional y los dilemas de sus personajes en un mundo cambiante, donde las viejas costumbres chocan con las nuevas realidades, ya que parecen que los mismos personajes toman conciencia de este concepto y así también se le aporta una capa menos cómica al recurso.
El grawlix en su contexto adecuado
Históricamente, ha tenido un efecto cómico, similar al de un pitido censor en televisión. Sin embargo, en El Pingüino, el uso de este recurso proviene de un lugar de miedo o ira. Sustituir las palabrotas con grawlixes puede restar seriedad a una escena dramática, volviendo ridículo un lenguaje que busca ser realista y adulto.
Este uso de los símbolos como recurso narrativo tienen un espacio en la narración contemporánea. Son útiles en cómics infantiles, para representar el enojo de personajes mayores o para equilibrar la violencia con humor. No obstante, su uso debe ser medido y coherente con la trama y el tono de la historia.
Con todo, queda en manos de los autores y el público determinar el lugar y el impacto del grawlix en los cómics actuales. Lo que es indudable es que este recurso, con más de un siglo de historia, sigue generando debate en el universo friki.