Willem Dafoe o el moderno Prometeo con Emma Stone
A Yorgos Lanthimos le encanta sorprender al espectador, inquietarle y “descolocarle”, mostrando comportamientos extremos en entornos ensoñadores y muy originales o, al menos, ambientes que contrastan bruscamente con el tono de lo que nos está contando. Y esta Pobres criaturas (Poor Things) tiene todos los ejemplos de esto que digo.
Todo en esta película es maravillosamente extraño: desde ese realismo mágico (que nos recuerda inevitablemente a obras de Burton como Big Fish o El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares), escenarios muy coloridos (saturados a propósito) de un imaginario Londres victoriano a punto de ser Steampunk, personajes extravagantes… pero también los diálogos, la música (estridente y disonante para crear esa inquietud y desasosiego en nosotros.
La fotografía, por ello, cumple un papel fundamental en Pobres criaturas, un magnífico trabajo de Robbie Ryan: desde los contrastes entre el blanco y negro y el color, hasta los diferentes enfoques (o desenfoques), pasando por el uso de diferentes lentes (como el ojo de pez o una mirilla), todos estos recursos cumplen dos propósitos, uno claramente narrativo y otro (volvemos a ello) el de incomodar al espectador.
Pero, poco a poco, todos estos contrastes irán atenuándose, y el color irá dominando la pantalla, simbolizando la evolución intelectual y emocional de Bella. Procedimientos que no por obvios son menos eficientes.
Asimismo tenemos la espectacularidad de los escenarios (magnífico diseño de producción de la mano de Shona Heath y James Price) que van desde una mansión fuera de su tiempo del Dr. Baxter, con toques de Escher, hasta el transatlántico con maravillosas plataformas circulares, un lujoso hotel o (el claramente influenciado por Tolouse Lautrec) burdel de París (repito, hay mucho sexo y es muy relevante para Bella y su evolución).
Como suele ocurrir en las obras de este director, toda esta parafernalia trata básicamente de las relaciones humanas y, más profundamente, de aceptarnos a uno mismo y a los demás.
Por eso la total protagonista, Bella Baxter (maravillosa actuación de Emma Stone) es una nueva “criatura de Frankenstein” que, como dice casi al final su “padre” (un delicioso Willem Dafoe) se ha ido creando a ella misma. Bella busca el conocimiento, convertirse en ella misma (sea lo que sea eso) y ser verdaderamente libre.
Bella, para eso, tendrá que salir de su rincón conocido (su prisión de oro) y descubrir el mundo para descubrirse a sí misma. Ahí veremos cómo su padre, sobre todo, debe dejarla ir con todo el dolor (y el miedo) de su corazón. Antes veremos la evolución de Bella, desde una especie de niña pequeña encerrada en el cuerpo de una mujer (caprichosa, violenta) hasta la mujer adulta, inteligente y sensible que se convertirá finalmente gracias a todas las aventuras que vive, tanto buenas como malas.
La relación con su padre es especialmente interesante. Bella llama al doctor Godwin Baxter (el personaje de Dafoe), “Señor”, “Creador” y el guion no es precisamente sutil en mostrarnos la similitud con Dios. Baxter es un nuevo tipo de científico “loco”, ya que bajo un rostro horrible y un cuerpo mutilado, se encuentra una persona gentil. Algo inquietante (claro), pero buena persona en realidad.
Pero el doctor Baxter es, ante todo, un científico. Y eso implica que todo en su vida se rige por el empirismo, por el sentido más práctico. Por eso hará que uno de sus alumnos, Max McCandles (Ramy Youssef) sea el prometido de la (aun inocente e ingenua) Bella. El “problema” es que aparece un canalla vividor, Duncan Wedderburn (interpretado por Mark Ruffalo) que se lleva a Bella de viaje de lujo y lujuria (porque el sexo se muestra ampliamente en la película y es muy importante en la trama).
Varios de los personajes (fuera de Stone y de Dafoe) son meras herramientas para el desarrollo de la protagonista. Mark Ruffalo nos regala un personaje muy divertido, carismático y, con el paso de la trama, incluso algo patético, aunque siempre cuenta con nuestra simpatía. Jerrod Carmichael, como el cínico Herry Astley es un breve pero importante compañero de viaje que le muestra el lado más duro de la sociedad humana. Y su prometido, Max McCandles, es el epítome del amor que no te encadena sino que te da la libertad de ser tú misma, de encontrarte y, si así lo quieres, de volver. Parece un hombre apocado e incluso cobarde pero demuestra tener ser inteligentemente sensible.
Y, sin embargo, lo más importante de Pobres criaturas es la magnética e increíble actuación de Emma Stone que nos ofrece, sin duda, su mejor interpretación hasta la fecha, con un personaje que es extremadamente difícil de dar vida. Y ella supera ampliamente la prueba: desde el principio, con una actuación física simplemente magistral, hasta el final donde vemos a una Bella totalmente formada (intelectualmente), pasando por el modo en el que habla y que va evolucionando a medida que madura su intelecto y su comprensión del mundo y de las personas. Desde un papel cómico hasta uno conmovedor, llegando a ser cautivadora y encantadora.
Porque ella, como el Cándido de Voltaire, se niega a creer que todo el mundo es malvado y cruel. Al contrario, está convencida de que igual que se puede curar el cuerpo, se puede curar el “instinto malvado”, es decir, se puede enseñar a ser buena persona.
Y con esta última enseñanza nos debemos quedar. Bella Baxter así lo querría.
