El director confiesa que la secuela fue un desastre desde el principio… y no se corta en palabras
¿Qué pasa cuando ruedas una superproducción sin guion y con prisas? Pues que ni los Transformers te salvan. Michael Bay, maestro de las explosiones y de los planos imposibles, no ha tenido reparos en llamar “una mierda” a Transformers 2 que, aunque arrasó en taquilla, dejó un sabor amargo a crítica, fans… y al propio director.
Con un 19% en Rotten Tomatoes, la película se ha convertido en uno de los ejemplos más claros de cómo un blockbuster puede fallar por completo, incluso con millones detrás y una marca potentísima como es Transformers.
Un rodaje contra el reloj y contra una huelga
Todo comenzó en 2008, con la huelga del Sindicato de Guionistas (WGA). Michael Bay tenía claro que quería aprovechar el éxito de la primera entrega, que había recaudado más de 700 millones de dólares en todo el mundo. El estudio también lo quería. Pero había un pequeño problema: no había guion.
“Cuando lo miro ahora, pienso: fue una mierda”, confesó Bay en una entrevista con Empire Magazine. “Solo tenía 14 páginas de ideas. Era una manera absurda de hacer una película… Pero la huelga venía muy fuerte y rápida, y tuvimos que rodar algo. Así de simple”.
Sin tiempo para desarrollar historia ni personajes, lo que se rodó fue una mezcla de escenas espectaculares, efectos visuales mastodónticos y momentos absurdos pensados para hacer reír a adolescentes.
¿Cine para fans o para chavales con testosterona?
Uno de los principales problemas de La venganza de los caídos fue el cambio de tono. Si la primera jugaba a ser una especie de chico conoce coche alienígena, la secuela optó por el humor escatológico, los robots racistas y los planos innecesarios del cuerpo de Megan Fox.
Personajes como los Autobots gemelos Skids y Mudflap fueron un auténtico despropósito, caricaturas ofensivas y absurdas que han envejecido fatal. Mientras tanto, otros personajes míticos como Arcee apenas aparecían, y Devastator, uno de los Decepticons más imponentes, acabó convertido en un gag visual con testículos mecánicos incluidos.
Incluso los protagonistas humanos parecían ir a la deriva. Sam Witwicky (Shia LaBeouf) y Mikaela Banes (Megan Fox) pasaban de una escena a otra entre explosiones, un robot universitario con forma de modelo seductora (sí, eso ocurrió) y situaciones tan ridículas como la madre de Sam drogada tras comer pastel de marihuana.
Éxito en taquilla, pero heridas profundas
A pesar de todo, la película fue un taquillazo. 836 millones de dólares avalaron que, al menos en la caja, Transformers 2 funcionaba. Pero el daño ya estaba hecho. El entusiasmo por la saga empezó a apagarse. Aunque Transformers 3 mejoró un poco la fórmula, la fatiga ya era visible entre los fans.
Solo cuando llegaron Bumblebee y El despertar de las bestias, con enfoques diferentes y más cuidado en la narrativa, la franquicia pareció recuperar algo de respeto entre crítica y público. Pero a nivel económico, ninguna volvió a alcanzar la cima de los primeros estrenos, y mucho menos el caos magnético de esta segunda parte.
Michael Bay, Spielberg y los errores de exceso
Una de las claves del éxito del primer film fue la supervisión de Steven Spielberg. En la secuela, la falta de control dejó vía libre a Bay para hacer lo que quisiera… y eso significó más explosiones, más chicas sexys, más efectos, pero menos historia.
“No tuve a Spielberg o a Bruckheimer frenándome. No había nadie que me dijera ‘no’”, admite Bay. El resultado fue una película pensada casi exclusivamente para impactar visualmente, sin importar demasiado la coherencia del universo o el respeto por los personajes clásicos.
Cuando la forma aplasta al fondo
Transformers: La venganza de los caídos es una lección de lo que no se debe hacer con una saga millonaria. Aunque el espectáculo visual es incuestionable, lo que quedó fue un producto sin alma, olvidable y, según su propio creador, indigno de la franquicia.
Y aunque a día de hoy Bay ha aprendido de esos errores, esa segunda parte sigue siendo el ejemplo perfecto de cómo una película puede reventar taquillas… y reputaciones al mismo tiempo.