En cierto modo, la decisión recuerda a cuando en los clásicos de los 90 se forzaba a los personajes a moverse con torpeza en pasillos estrechos. Aquí, Capcom ha modernizado ese lenguaje y lo ha transformado en un homenaje consciente al arquetipo de la final girl, esa última superviviente que logra salir adelante a pesar de su fragilidad aparente.
En tercera persona, el jugador se convierte casi en un espectador de película de medianoche, gritándole a la pantalla para que la protagonista se levante de una vez. En primera, uno se funde con Grace y siente en carne propia el jadeo y el miedo. Dos perspectivas, dos maneras de entender el mismo survival horror.
La comparación más directa se hace con Lisa Trevor en el remake del primer Resident: un enemigo que no solo te persigue, sino que impregna cada movimiento con angustia y desesperación. Grace, llorando y tambaleándose, completa ese efecto al máximo.
El resultado es un juego que no solo busca asustar, sino también revivir la tradición del terror clásico, en el que las víctimas eran tan humanas que resultaban impredecibles. Y Grace, con sus caídas, gritos y torpeza, promete convertirse en un icono dentro de esa estirpe de heroínas que sobreviven a pesar de todo.