Christopher Nolan convirtió su película más confusa en un emocionante estudio sobre la amistad, el destino y la fe
A veces, las películas que más nos hacen rascar la cabeza son las que más perduran. Tenet, estrenada en 2020 en plena pandemia, es uno de esos casos. Muchos la tacharon de incomprensible, otros de demasiado fría, pero cinco años después, ha quedado claro que el verdadero poder de Tenet no está en su trama de física cuántica, sino en sus personajes y en cómo sus historias se entrelazan a través del tiempo.
La obsesión de Nolan contra el tiempo
Christopher Nolan siempre ha sido un director obsesionado con los límites del tiempo y la percepción. En Tenet, llevó esa obsesión al extremo con una trama que combina espionaje internacional, inversión temporal y un ritmo frenético. Pero bajo toda esa maquinaria conceptual late un corazón sorprendentemente humano.
El vínculo entre el Protagonista (John David Washington) y Neil (Robert Pattinson) se convierte en el eje emocional del filme. A primera vista, parecen solo compañeros de misión; sin embargo, conforme el espectador va encajando las piezas del rompecabezas, se revela una amistad que trasciende el presente, el pasado y el futuro. Es esa conexión, no el juego de relojes invertidos, la que da sentido a la historia.
Nolan utiliza el caos del tiempo invertido para explorar cuatro temas clave: fe, destino, amistad y fanatismo. En un universo donde las balas viajan hacia atrás y las acciones pueden deshacerse, lo que realmente mueve a los personajes no es la ciencia, sino la convicción. Kat (Elizabeth Debicki), atrapada en un matrimonio abusivo con el villano Sator (Kenneth Branagh), representa la lucha por la libertad y la autodeterminación. Su arco, aunque menos espectacular en términos de acción, aporta el peso emocional que equilibra la frialdad del espionaje.
El gran espectáculo de Nolan
Lo más curioso de Tenet es que funciona mejor cuando uno deja de intentar entenderla. Nolan ofrece explicaciones, sí, pero las escenas que realmente importan son aquellas donde los personajes actúan impulsados por la emoción y no por la lógica. Cuando el Protagonista descubre la verdadera naturaleza de su relación con Neil, la película alcanza su punto más conmovedor. Es un giro que redefine todo lo visto hasta ese momento y demuestra que Nolan no solo domina la ciencia ficción, sino también la sensibilidad humana.

A nivel técnico, la película es una locura visual. La fotografía de Hoyte van Hoytema y la música de Ludwig Göransson consiguen que incluso las secuencias más imposibles —como esa batalla en la que un ejército combate en direcciones opuestas del tiempo— se sientan verosímiles. Pero la verdadera proeza es narrativa: hacer que una historia tan enrevesada termine siendo coherente a través de sus personajes.
Aunque muchos la compararon con Inception o Interstellar, Tenet es más introspectiva. En lugar de centrarse en los grandes dilemas del universo, se enfoca en las pequeñas decisiones que cambian el destino de una persona. La inversión temporal no es solo un truco visual, sino una metáfora sobre las segundas oportunidades y el poder de la elección.
El fenómeno de Tenet
Hoy, Tenet ha pasado de ser “la película incomprensible de Nolan” a convertirse en un título de culto. Su recepción inicial, marcada por la confusión y las restricciones de la pandemia, le robó parte de su brillo, pero el tiempo —paradójicamente— ha jugado a su favor. Con cada revisión, sus capas se van desvelando y su guion demuestra una precisión quirúrgica.
Nolan, además, se rodeó de un elenco que eleva el material. Washington aporta carisma y vulnerabilidad, Pattinson irradia misterio y calidez, y Debicki se roba el corazón del público con su interpretación llena de dignidad y rabia contenida. Juntos, logran que Tenet trascienda el género y se sienta más humana que la mayoría de películas de ciencia ficción recientes.
Al final, lo que hace especial a Tenet no es su enredo temporal, sino la emoción que esconde detrás. Es una historia sobre cómo las relaciones pueden existir fuera del tiempo, sobre cómo las decisiones del presente afectan a los vínculos del futuro, y sobre cómo el heroísmo no siempre consiste en salvar el mundo, sino en comprender a los demás.
Cinco años después de su estreno, Tenet no solo tiene sentido: tiene alma.



