Studio Ghibli y el inesperado dúo que cambió la historia

Panini

Dos películas tan distintas como complementarias marcaron un antes y un después en la historia del anime japonés

Cuando en 1988 se estrenaron Mi vecino Totoro y La tumba de las luciérnagas en una sesión doble, nadie imaginaba que ese arriesgado experimento acabaría cimentando el prestigio mundial de Studio Ghibli. Lo curioso es que ni una ni otra parecían tener un camino fácil para llegar a los cines, pero juntas lograron abrir una nueva era para Hayao Miyazaki, Isao Takahata y la animación nipona.

Miyazaki confesó que sentía que estaba en deuda con Japón. Tras rodar historias ambientadas en lugares ficticios o extranjeros, consideraba necesario volver la mirada a su tierra. De ahí nació Mi vecino Totoro, un relato íntimo y cotidiano que bebía de los paisajes de Saitama, de su infancia junto al río Kanda y, sobre todo, de la enfermedad de su madre, que inspiró a la madre de Satsuki y Mei. La película era, en cierto modo, su manera de reconciliarse con sus raíces.

Studio Ghibli

La importancia de un doble estreno

Lo paradójico es que Totoro estuvo a punto de no existir como largometraje. El proyecto fue rechazado por Tokuma Shoten, hasta que el productor Toshio Suzuki ideó un plan brillante: unirlo a La tumba de las luciérnagas, de Takahata. La primera era una fantasía luminosa sobre la infancia; la segunda, una tragedia bélica devastadora. Dos extremos que parecían chocar, pero que juntos ofrecieron un contraste tan potente que convirtieron la sesión doble en historia viva del cine.

El resultado inicial no fue un bombazo en taquilla. Sin embargo, las retransmisiones en televisión y el mercado doméstico convirtieron a ambas cintas en clásicos de culto. Además, el fenómeno del merchandising de Totoro ayudó a consolidar la marca Ghibli, que gracias a ese icónico espíritu del bosque sigue generando beneficios décadas después.

Studio Ghibli

Miyazaki y el nacimiento de un icono

El origen de Totoro se remonta a los años setenta, cuando Miyazaki trabajaba en Nippon Animation. Una ilustración de una niña bajo la lluvia junto a un ser enorme y peludo quedó grabada en la memoria de Suzuki, quien años más tarde rescataría la idea para convertirla en largometraje. Incluso el título inicial era otro: Mi vecino es un búho Mimin. Afortunadamente, la evolución del concepto nos regaló al entrañable guardián del bosque que hoy adorna mochilas, camisetas y juguetes en todo el mundo.

Del recuerdo personal al mito universal

Cada rincón de Mi vecino Totoro está impregnado de vivencias de su autor. Tokorozawa, Seiseki Sakuragaoka o la propia Akita fueron referencias directas para construir el universo rural de la película. El director de arte Kazuo Oga añadió además pinceladas de su propio pueblo, dando lugar a un escenario que parece real y mágico al mismo tiempo. Esa mezcla de recuerdos y paisajes auténticos explica en parte por qué la historia conecta con públicos de cualquier cultura.

la tumba de las luciernagas

El legado que sigue creciendo

A día de hoy, Totoro mantiene su vigencia. La exitosa adaptación teatral en Londres lo demuestra: marionetas, actores y la música de Joe Hisaishi han enamorado la crítica y al público, acumulando premios como los Olivier y batiendo récords de taquilla en el Barbican. Mientras tanto, La tumba de las luciérnagas continúa estremeciendo a generaciones con su retrato del sufrimiento en la guerra, recordándonos que Ghibli siempre supo equilibrar ternura y tragedia.

En definitiva, aquella sesión doble de 1988 no solo salvó dos proyectos en apuros, sino que definió la identidad de Studio Ghibli. Un estudio capaz de llevarnos del dolor más crudo a la magia más reconfortante, y de demostrar que la animación es un vehículo tan poderoso como cualquier otro para contar historias universales.

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