Guillermo del Toro reescribe el final de Frankenstein en una versión tan poética como desgarradora

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Panini

El cineasta mexicano transforma el clásico de Mary Shelley con una visión trágica, humana y profundamente espiritual

Guillermo del Toro llevaba soñando con adaptar Frankenstein desde niño. Décadas después, su criatura finalmente ha cobrado vida en una versión que, sin traicionar el espíritu del libro de Mary Shelley, se atreve a alterar su corazón más trágico. Estrenada en cines antes de su llegada a Netflix el próximo 11 de noviembre, esta adaptación no es solo una historia de horror gótico, sino también un espejo roto sobre la culpa, la obsesión y la redención.

Frankenstein de Guillermo del Toro

En esta relectura visualmente deslumbrante, Oscar Isaac interpreta a Victor Frankenstein, un científico brillante cuya ambición por desafiar la muerte nace tras la pérdida de su madre. En su intento por dominar lo divino, termina creando una criatura (Jacob Elordi) a partir de cuerpos robados. Pero el miedo y el rechazo lo llevan a cometer su pecado original: abandonar su creación, que pronto buscará comprensión en un mundo que solo le ofrece odio.

A diferencia de la versión literaria, Del Toro presenta a Victor como un hombre más cruel y desquiciado, incapaz de ver el sufrimiento que causa. Esta vez, Elizabeth Lavenza (Mia Goth) no es solo su prometida pasiva, sino una mujer empática que conecta con la Criatura, reconociendo su humanidad donde su creador solo ve monstruosidad.

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La gran desviación respecto al texto original llega en el momento más devastador. En la novela, el monstruo asesina a Elizabeth durante su noche de bodas. Pero en el filme, es el propio Victor quien, cegado por el pánico, la mata accidentalmente, disparando contra ella mientras abraza a su creación. Ese instante resume la tragedia del personaje: su deseo de controlar la vida termina destruyendo todo lo que ama.

El perdón en el hielo

El clímax tiene lugar en el Ártico, donde Victor, moribundo, es encontrado por un capitán y vuelve a enfrentarse a su creación. En el libro, muere antes de verle; aquí, ambos comparten una escena final de perdón mutuo. Victor pide disculpas a su “hijo”, y la Criatura, con una calma casi divina, lo absuelve.

Del Toro convierte así un relato de horror en una meditación sobre la paternidad, la empatía y la culpa. Donde Shelley ofrecía desesperanza, el cineasta propone una chispa de redención. La Criatura no se inmola con su creador, como en la novela, sino que se aleja hacia la tundra helada, dispuesto a vivir, aunque no sepa cómo. Un cierre tan melancólico como liberador.

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Un sueño de infancia hecho cine

Esta película concluye una búsqueda que comenzó a los siete años, cuando vi las cintas de Frankenstein de James Whale por primera vez”, confesó Del Toro al anunciar el proyecto. “En ese momento sentí una revelación: el horror gótico se convirtió en mi iglesia, y Boris Karloff, en mi mesías”.

Esa declaración resume el alma de la cinta: Frankenstein es la síntesis del universo del director mexicano. La mezcla de belleza y monstruosidad, amor y dolor, y esa obsesión por las criaturas incomprendidas que ya vimos en El laberinto del fauno o La forma del agua.

Visualmente, la película es un espectáculo. Cada encuadre parece un cuadro barroco: laboratorios bañados en sombras, paisajes congelados que parecen respiraciones contenidas, y una fotografía que hace tangible la soledad de sus personajes. Pero más allá del virtuosismo técnico, lo que destaca es la humanidad que Del Toro insufla en la historia.

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Una criatura más humana que su creador

Jacob Elordi brilla como un ser que mezcla inocencia y furia. Su interpretación recuerda a los grandes monstruos trágicos del cine, desde Karloff hasta Doug Jones. Frente a él, Oscar Isaac compone un Frankenstein arrogante, quebrado por dentro y prisionero de su propia soberbia.

Al final, el monstruo resulta ser el único capaz de perdonar, el único que entiende lo que significa ser humano. Del Toro lo sabe: en su versión, la verdadera monstruosidad no está en las costuras de la piel, sino en las grietas del alma.

Con esta adaptación, el director no solo rinde homenaje a Shelley, sino que reinventa el mito para una nueva generación de fans del terror gótico. Su Frankenstein es una elegía a los marginados, un lamento por la ciencia sin compasión y una carta de amor al cine de monstruos que marcó su vida.

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