Guillermo del Toro reinventa Frankenstein sin traicionar el alma de Mary Shelley

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Panini

El director mexicano combina su visión gótica con una fidelidad emocional a la novela original de Frankenstein

Cuando Guillermo del Toro anunció que llevaría a Frankenstein a Netflix, muchos temieron otra adaptación más del clásico de Mary Shelley. Pero si alguien podía convertir la historia del monstruo incomprendido en algo profundamente humano, era él. Con Oscar Isaac como Victor Frankenstein, Jacob Elordi como la Criatura y Mia Goth en una reinterpretación de Elizabeth, del Toro se propuso algo más que una película de terror: un tributo a la compasión, la culpa y la fragilidad del alma humana.

El Frankenstein de Guillermo del Toro

Según la profesora Julie Carlson, experta en literatura romántica británica de la Universidad de California, esta versión es “una carta de amor al genio de Shelley”. En su conversación con Variety, destacó que el filme “mantiene el espíritu del relato original, sobre todo en el modo en que Victor y la Criatura cuentan su historia y en cómo del Toro recupera la lírica del lenguaje de Shelley”.

El propio director ha insistido en que su Frankenstein no es una advertencia sobre la ciencia descontrolada, sino sobre el corazón humano: “Trata del perdón, de la empatía y de escucharnos unos a otros”, afirmó. Y esa intención se nota. El terror deja paso a una tristeza poética, a una humanidad que vibra incluso en la oscuridad.

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Victor Frankenstein, del orgullo al trauma

En esta versión, Victor no es solo un científico arrogante, sino un hombre marcado por un pasado familiar devastador. Del Toro reimagina a su padre como un médico abusivo que llega a sacrificar a su esposa en un experimento fallido. Carlson subraya que este cambio transforma el motor del personaje: “Aquí el tema no es tanto la soberbia, sino la vergüenza y el miedo a no estar a la altura del legado familiar”.

Este enfoque da una nueva dimensión al clásico conflicto entre creador y creación. Victor ya no juega a ser Dios, sino que busca redención por los pecados heredados, atrapado entre la ambición y la culpa.

Elizabeth, la nueva conciencia de la historia

El papel de Elizabeth, interpretada por Mia Goth, es uno de los mayores aciertos. En lugar de ser la novia pasiva que aparece en la novela, aquí es una científica entomóloga, comprometida con el conocimiento y crítica con las decisiones de Victor.

Carlson lo resume así: “En la novela, Elizabeth apenas tiene voz; en la película, se convierte en el corazón moral del relato. Del Toro rescata una frase del libro en la que Victor la describe como ‘juguetona como un insecto’ y la convierte en su pasión por la entomología. Es brillante”.

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La Criatura, el monstruo más humano

Del Toro, fiel a su obsesión por los marginados, ofrece una Criatura empática y filosófica, más víctima que villano. “El director la humaniza —explica Carlson—. Es casi levinasiano: cuando miras el rostro del otro, no puedes matarlo.”

Esta versión subraya el dolor de la soledad y la necesidad de reconocimiento, más que el miedo al monstruo. Elordi ofrece un ser trágico y lúcido, capaz de conmover y hacer pensar, y su conexión con Elizabeth aporta ternura sin caer en el melodrama.

Entre Shelley y Del Toro

Aunque el filme suaviza el componente de crítica social presente en la obra original —donde Shelley abordaba el rechazo por la apariencia y la exclusión—, del Toro lo sustituye por una introspección emocional más íntima. La profesora Carlson matiza: “Shelley hablaba de cómo el mundo juzga lo que ve; del Toro prefiere mirar hacia dentro, hacia el peso de la vergüenza y la necesidad de perdón”.

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La película conserva, sin embargo, la estructura de narración enmarcada que caracteriza al libro, lo que refuerza su fidelidad espiritual. Y sobre todo, del Toro logra que su historia respire ese aire de tragedia romántica que Shelley y su círculo literario (Byron, Percy Shelley…) infundieron en su época.

Un homenaje gótico más que una película de terror

Para Carlson, Frankenstein de Guillermo del Toro “no es una película de terror, sino una obra gótica, una meditación sobre la creación, el dolor y la compasión”. Y tiene razón. En lugar de gritos y relámpagos, hay susurros y heridas abiertas; en lugar de miedo, comprensión.

El resultado es una de las adaptaciones más fieles en espíritu al clásico de Shelley: una historia que no busca repetir la leyenda, sino continuarla, desde una mirada contemporánea, visualmente exquisita y emocionalmente demoledora.

Guillermo del Toro, una vez más, demuestra que los monstruos más aterradores no siempre tienen colmillos ni costuras: a veces, llevan el rostro del hombre que no sabe perdonarse a sí mismo.

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